EL IRRESOLUTO CRISTO DE FIERRO DE CORRAL

Entre los años 1984 y 1985, después de Pisagua, estuve relegado en Corral, el hermoso pueblo terremoteado del sur de Chile. Conocí a mucha gente, bueno, en realidad, conocí PERSONAS, grandes personas que convocaron y provocaron mis mejores sentimientos escondidos bajo la coraza que era necesaria en esos tiempos. Viviendo en la casa de “mi” cura, Dirk de Witt, y cachureando –como ha sido la costumbre de toda mi vida- encontré una especial escultura de fierro fundido representando a Cristo crucificado. Arrumbada y debajo de un montón de olvido apareció ante mis ojos con su melena rubia, su cara rosada y sus ojos verdes azulados… como todo un cristo anglosajón que se precie y, también, como ese Jesús que nunca he podido imaginar a pesar de las innumerables “estampitas”, pinturas y películas.

Lo estuve observando varios días, yo sé que me miraba a hurtadillas hasta que –desde debajo del maquillaje de esmalte mentiroso- el fierro me gritó su esencia, su pureza, su calor y su dureza. Quería salir, quería mostrarse, quería decirme que él era el Cristo que habían ocultado, invisibilizado… relegado como lo estaba yo.

Desde mis tiempos de estudiante de Arte Público Ornamental, en la Universidad de Chile, que me había acostumbrado (las malas influencias de Juan Díaz Fleming y Leonardo Ibáñez Valenzuela, seguramente) a conversar con “los materiales”. Así aprendí a conocer los sueños de la madera, la ternura de la piedra, los amores del cemento, los amantes de la greda, la debilidad por las caricias del fierro…

Cuchillos, esponjas de acero, martillos, cinceles, lijas… todo sirvió para ir en su rescate… hasta que apareció hermoso en su oscuridad centenaria, radiante en su propio renacimiento…

Dirk, el cura, avaló la obra enalteciendo el trabajo de estas manos con las que ahora estoy escribiendo (claro está, bastante años después), y los más cercanos iniciaron una discusión respecto a dónde se colocaba la imagen recuperada. Como no hubo acuerdo, el cura determinó que decidiera el autor del redescubrimiento, es decir, yo. Pedí 40 metros de cordel de 1 pulgada, dos brocas de igual diámetro, dos ayudantes y… que durante cuatro horas nadie entrara a la iglesia.

Después del tiempo acordado, Dirk asomó su perfil holandés para observar el trabajo terminado… sus ojos y su boca lo dijeron todo: estaba frente a un Cristo colgado, un Cristo en el aire, un Cristo amarrado de sus muñecas colgando desde las alturas del techo de la hermosa iglesia corralina, diseñada por los volados estudiantes de arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso.

Lo que sucedió a continuación forma parte del baúl particular de los hermosos recuerdos, por eso me lo voy a reservar.

Cuando terminé mi período de relegación, le dije a Dirk:

-Cura, cámbiale de vez en cuando los cordeles… mira que cualquier día se te cae en la cabeza.

Con esto del Facebook he logrado recuperar a algunas de esas personas que conocí en Corral. Alvaro Galindo G me comentó que el Cristo todavía existía y Yeysi Le Breton Rios tuvo la amabilidad y el cariño de enviarme tres fotografías que comparto con ustedes. 

Ya no está colgado de cordeles (no, nunca le cayó encima al cura), pero respetaron mi sentimiento y mi propuesta: mantuvieron la desnudez natural fierro; no lo pusieron sobre una cruz, “porque ya está en cruz, padre”… y sigue suspendido en el aire…

Este Cristo de fierro continúa con su duda existencial: no está ni en el mundo de las alturas divinas de su padre ni en el mundo profano de los hombres y de las mujeres… continúa a medio camino… irresoluto…

Patricio Barrios Alday

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *